Apple TV vuelve a los noventa con su nueva identidad visual

Nuevo Logo de Apple TV en 2025
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Imagen de Luis Núñez

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La nueva identidad visual de Apple TV me parece brillante. Creo que tengo cierta autoridad hablando de Apple porque en mi casa jamás ha entrado un Windows. Mi padre también es periodista. El primer ordenador que hubo en mi casa fue un Macintosh LC, porque en las redacciones se maquetaba con ellos y, quien sabía de informática y los había usado, no recomendaba otra cosa. Corría el año 1990 y aquello era como de ciencia ficción doméstica: 256 colores en pantalla, un micrófono que conectabas al costado y podías grabarte diciendo tonterías como si fueses Iñaki Gabilondo en Hora 25.

«¿Y con esto se puede trabajar, o solo para los jueguecitos estos?», escuché una vez cómo un amigo le preguntaba a mi padre.

Reconozco que en aquella época era bastante insoportable no poder usar un Word en tu Apple y que, a día de hoy, sigo haciendo algún truco que otro para manejarme con Excel del mismo modo que lo haría en un Lenovo o un HP. Pero, desde entonces, he tenido en mis manos toda la zoología de Apple: desde los PowerBooks con bolita de ratón hasta los iMacs de colores que parecían huevos de Pascua diseñados por un publicista con jet lag. Y sí, también tuve el primer iPod con más de 40 gigas de memoria —una barbaridad para la época—, una pequeña maravilla que venía firmada por los miembros de U2. Más que un aparato, era un tótem digital con el alma de Bono.

 

 

Por eso, cuando Apple mete la zarpa en alguna de sus marcas, uno lo observa con la mezcla justa de nostalgia y escepticismo. Esta vez le ha tocado a Apple TV. La plataforma deja de llamarse “Apple TV+” y, con ello, inicia un rebranding que va mucho más allá del nombre: estética, sonido y estrategia entran en juego. Y todo empieza con un logo que, ojo, no es cualquier logo. Es casi una declaración de principios.

El nuevo diseño se presenta con una pieza de 5 segundos y una estética tornasolada que no es casual. Apple ha trabajado este cambio con TBWA\Media Arts Lab —su agencia fetiche desde los tiempos del Think Different— y la productora Optical Arts. Lo que han hecho es fabricar un logotipo de cristal real, iluminarlo, filmarlo y luego añadir capas digitales como si fuese una joya tecnológica. El resultado es un logo iridiscente que se proyectará al inicio de trailers, series y películas.

Pero lo interesante no es solo lo que brilla, sino lo que evoca. Porque este tornasolado, con reflejos que van del magenta al verde pasando por el azul, recuerda —y mucho— a la manzanita multicolor que Apple lucía en los años noventa. Aquella que estaba estampada en los Mac como una firma pop. En los 2000, Apple la hizo desaparecer en favor de una estética más minimalista: primero blanca, luego negra, y finalmente plateada. Pero ahora, de pronto, el logo vuelve a insinuar ese ADN multicolor. Back to the beginning, como dice el vídeo que han lanzado. Una especie de guiño a sus orígenes, pero actualizado al lenguaje visual de 2025. Como si dijeran: seguimos siendo los mismos, pero mejorados.

Y es que, si hay una marca que ha hecho de su pasado parte de su mitología, esa es Apple. Imposible no recordar la campaña Think Different de 1997. En blanco y negro, con rostros de figuras como Einstein, Martin Luther King, Gandhi o Picasso, Apple se presentó como la marca de los que desobedecen, de los que cambian el mundo, de los que piensan distinto. Era un manifiesto visual, con banda sonora minimalista y épica en la dosis justa. Era brillante. Pero también era profundamente orwelliana.

Porque en el fondo, Apple no te invitaba a pensar diferente: te invitaba a pensar como Apple. Era libertad de marca, no libertad de pensamiento. No es casual que otro de sus anuncios más célebres —el dirigido por Ridley Scott en 1984— representase un mundo distópico dominado por pantallas, donde una atleta lanzaba un martillo contra la imagen del Gran Hermano. Apple se presentaba como la resistencia… y acabó convirtiéndose en el sistema. Por eso cada gesto simbólico, como este nuevo logo cristalino que brilla como una reliquia, no es solo un cambio de diseño. Es una afirmación de poder cultural. Apple no solo diseña tecnología; diseña relatos sobre cómo debemos sentirnos al usarla.

Será este el nuevo logo de Apple, después de cambiar el de Apple TV?

Y si el ojo se lleva lo suyo, el oído no se queda atrás. La nueva identidad sonora la firma Finneas O’Connell —hermano de Billie Eilish y ganador de un Óscar—, que ha creado una pieza de cinco segundos con mezcla de Aron Forbes y acabado de Racket Club. También hay versiones de 1 y 12 segundos para trailers y cines. Según David Taylor, director musical de Apple, el objetivo era crear algo “mágico y cinematográfico”. Y sí, lo han conseguido: suena a gran pantalla.

Apple siempre ha entendido el poder del sonido como una extensión de la marca. Nunca se integró de forma tan brillante como cuando el pequeño robot de Wall·E cargaba su batería y, de repente, sonaba el icónico gong de arranque de los Mac. Ese momento era puro cine, y puro Apple. Todavía hoy, cuando enciendo mi ordenador y suena ese sonido, me sigue pareciendo una maravilla. Me da hasta pena que el iPhone o el iPad no lo hagan también. Sin embargo, esta nueva pieza creada por Finneas tiene algo especial. Tiene esa misma chispa. Es elegante, reconocible y emocionante. Como si Apple hubiese encontrado otra vez la tecla exacta para emocionarte… incluso antes de empezar la película.

Más allá del envoltorio, el cambio responde a una estrategia clara. Apple TV debutó en 2019 y en estos años ha pasado de ser un aspirante a un actor serio del streaming. Según AdAge, este nuevo diseño apunta a una ambición más cinematográfica, más humana, menos dependiente de la inteligencia artificial, y con una narrativa que recupere el valor del arte hecho por personas. Sin renunciar, claro, al aura minimalista de la casa.

Así que sí, puede que Apple TV ya no tenga “plus”, pero ahora tiene una identidad que brilla —literalmente— con luz propia. Una estética que, como los buenos reencuentros, no reniega de su pasado, sino que lo reinterpreta. Como aquel iPod negro con firmas de U2 que aún guardo en un cajón: ya no lo uso, pero cada vez que lo veo, sé exactamente por qué lo compré.

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